En la escuela socrática de Megara se promovía la discusión en aras de hacer prevalecer la tesis que se proponía. A esta estratagema se le denominó método erístico, del verbo griego ἐρίζειν (erízein), que significa reñir o discutir.
Era un método adecuado, en el sentido de que se utilizaban el debate y la argumentación; pero, lo inadecuado consistía en que se recurría a ellos solamente para obtener éxito en una disputa, independientemente del acercamiento a la veracidad, siempre y cuando se ganara la discusión.
En la vida diaria acudimos constantemente a la erística en nuestras relaciones humanas, para aparecer nosotros con inocencia y culpar a los demás de los yerros o equivocaciones. Por ejemplo, le puedo reclamar a alguien de que no me alertó de algo, cuando realmente el descuido o error fue mío.
Una narración sobre el sufí Nasrudín es ilustrativa: “Estando de viaje decidió parar en una posada al caer la noche. «Solo queda una habitación con dos camas, una de las cuales ya está ocupada» le explicó el posadero. «No hay problema» dijo: «Únicamente necesito que me despiertes al amanecer, pues tengo que salir temprano. Y no te equivoques, ¡yo soy el que lleva puesto el turbante!» añadió, mientras se lo quitaba y la ponía en la silla al lado de su cama.
“Al amanecer, una vez le han despertado, salió volando de la posada en su burro. Siendo ya mediodía, al ver una fuente, le entraron ganas de saciar su sed. Cuando se agachó para beber, se vio reflejado en el agua y se dio cuenta de que llevaba la cabeza descubierta. «¡Qué imbécil, el posadero!» exclamó irritado. ¡Le dije claramente: “despierta a quien lleva puesto el turbante, y despertó a la persona equivocada!»
¿Busco tener siempre la razón?
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