La maravilla del asombro
Einstein solía decir que existía una mirada maravillada, la de la experiencia estética que se asombra ante los escenarios que plantea la vida. Y al hablar de asombro, no queremos referirnos a una circunstancia cumbre, trascendente o especial, sino a la que se recoge en la vida cotidiana.
En efecto, podemos afirmar que el asombro es la caseta por la que se transita a la autopista del saber. El asombro es un sentimiento o afección que desencadena el afán o deseo de conocer. Asombro es una palabra que en su etimología griega está emparentada con lo milagroso o maravilloso. Por eso, para ansiar saber o conocer hay que, primeramente, maravillarse; salir de la normalidad; escapar de la cotidianidad.
El asombro despierta el gusano del conocimiento, así como la curiosidad y la capacidad de dudar y preguntar. No es lo mismo asombro que estupefacción. El estupefacto no comprende y se queda absorto, pero no se mueve, no se cuestiona, permanece entumecido en su ignorancia. En cambio, quien se asombra, se maravilla ante lo que ve y cuestiona el porqué es lo que es semejante cosa.
Quien se maravilla contempla todo diferente, como dijo Rabindranath Tagore: “Y vino a suceder que ninguna persona o cosa en el mundo me pareció ya trivial o desagradable. Contemplando desde el balcón el andar, la figura, las facciones de cada uno de los que pasaban, fueran quienes fuesen, me parecían todos tan extraordinariamente maravillosos como el fluir de las olas del mar del universo. Desde la infancia solo había visto con mis ojos, ahora comenzaba a ver con la totalidad de mi conciencia… El mundo se me apareció no como montones de cosas y acontecimientos, sino que se abrió a mi vista como un todo esencial”.
¿Me asombro y maravillo?