Generalmente, la mercadotecnia busca vender un producto con visos de originalidad y distinción; sin embargo, lo que literalmente persigue es conocer, adaptar, personalizar y, en la medida de lo posible, uniformar los criterios de selección y compra del consumidor. Incluso, desde el neologismo creado por Alvin Toffler en “La tercera ola”, ya no se le llama consumidor, sino prosumidor (productor y consumidor). Es decir, el consumidor ya no es alguien pasivo, sino tremendamente activo, puesto que se le permite participar en el proceso de un producto cada vez más personalizado a partir de sus opiniones, comentarios y contenidos.
Esta participación del prosumidor se ha facilitado enormemente con el avance tecnológico de las redes y plataformas digitales, que posibilitan una interacción más rápida y confiable. Con esta información, es posible implementar campañas más enfocadas y agresivas con algún eslogan atractivo que estimule la originalidad y atrevimiento del consumidor: “Piensa diferente”, “Nada es imposible”, “Haz realidad tus sueños”, “Está en ti”, por citar algunos.
Es cierto que muchos de estos eslóganes son motivadores e inspiradores; sin embargo, ¿hasta qué punto conducen a la originalidad? ¿O, por el contrario, inducen a lograr una mentalidad de rebaño?
De acuerdo a la Sociología, se tiene una mentalidad de rebaño cuando las personas no siguen sus convicciones y marchan con el conjunto, perdiendo por completo su individualidad. Tenía mucha razón Marshall McLuhan (quien falleció el 31 de diciembre de 1980) cuando expresó: “Empiezas siendo un consumidor y acabas siendo consumido”.
El filósofo Federico Nietzsche, llevando esta situación al extremo, habló de una moral de rebaño que explica el comportamiento humano dócil, irreflexivo y sumiso que sigue las pautas impuestas por el pensamiento dominante, acorde a las normas y lineamientos que la sociedad le dicta.
¿Soy original o formo parte del rebaño?